terça-feira, 23 de novembro de 2010

Una Tarde En Un Café





Podríamos empezar por conocernos, entablar una conversación cualquiera de lo primero que se nos ocurra, y entonces entre miradas, gestos y palabras, comenzar a sentir algo: No sabía si me estaba pasando en verdad o era fruto de mi imaginación, pero ahí estaba yo, me pellizqué ¡Oh, dolor!, frente a un señor, de unos 40 años más o menos, yo para calcular la edad no mucho, ya que siempre he sido de letras, aunque a veces las letras también me fallan. Bueno me quedé boquiabierta sin palabras. Cuando por fin reaccioné, le dije me parece que usted me confunde con otra. Y me dijo: no eres Isabel de alias “Amorosa,” - y le dije – pues ya le he dicho yo que se equivoca. Es que verás prosiguió, he quedado aquí con ella para conocernos, hace unas semanas que chateamos, de hecho hemos quedado ahora. Yo la verdad me estaba cansando de tanta parrafada inútil, pensé: ya ni un café te puedes tomar sola, sin que venga alguien a incordiar y perturba tu lectura. Pero aquel no paraba de largar… hasta que me cansé y le dije: Mire usted, no tengo ganas de que me siga contando su vida, si ha quedado con ella estará en el bar, búsquela, pues yo no tengo nada que ver. Se fue algo apesadumbrado, observé por el rabillo del ojo y por encima de mis gafas, tratando de disimular, lo vi buscando pero sin encontrar. Así que seguí leyendo donde me había interrumpido dicho individuo. Al instante oí su voz: - ¿De verdad que usted no es Isabel?,- ya le he dicho que no lo soy-, discúlpeme pero no la encuentro. En ese momento se nos acercó un chico de treinta y pocos años, algo flacucho pero bien parecido, y preguntó: ¿Buscas a Isabel?, y el de cuarenta le contestó: si claro he quedado con ella en este Café, pues he de decirte que Isabel soy yo. Nos quedamos boquiabiertos los dos.




© 2010 Rosana Martí





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