Ángel González Muñiz, nace en Oviedo-España, el 6 de septiembre del 1925, poeta español. En 1943 enferma de tuberculosis con un lento proceso de recuperación, comienza a leer poesía y ha componer el mismo. A los tres años tras recuperarse de su dolencia, decide estudiar Derecho en la Universidad de Oviedo. en 1950 se traslada a Madrid para estudiar en la Escuela Oficial de Periodismo. Cuatro años después, en 1954, oposita para Técnico de Administración Civil del Ministerio de Obras Públicas e ingresa en el Cuerpo Técnico; le destinan a Sevilla, pero en 1955 pide una excedencia y marcha a Barcelona durante un periodo en el que ejerce como corrector de estilo de algunas editoriales, entablando amistad con el círculo de poetas de la Ciudad Condal, en 1956 publicó su primer libro, "Áspero mundo", Tras su segundo libro, "Sin esperanza, con convencimiento" (1961), Ángel González pasó a ser adscrito al grupo de poetas conocido como Generación del 50 o Generación de medio siglo. Su obra es una mezcla de intimismo y poesía social, con un particular y característico toque irónico, y trata asuntos cotidianos con un lenguaje coloquial y urbano, nada neopopularista ni localista. El paso del tiempo y la temática amorosa y cívica son las tres obsesiones que se repiten a lo largo y ancho de sus poemas, de regusto melancólico pero optimistas. Su lenguaje es siempre puro, accesible y transparente En 1962 es galardonado en Colliure con el Premio Antonio Machado por su libro "Grado elemental". En 1985 le conceden el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y en 1991 el Premio Internacional Salerno de Poesía. En enero de 1996 fue elegido miembro de la Real Academia de la Lengua Española en el sillón "P" sustituyendo al escritor Julio Caro Baroja. El mismo año, además, obtuvo el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. En 2001 obtiene el Premio Julián Besteiro de las Artes y las Letras. En 2004 se convierte en el primer ganador del Premio de Poesía Ciudad de Granada-Federico García Lorca. Muere en Madrid-España, el 12 de enero del 2008.
ANTOLOGÍA POÉTICA
ALGA QUISIERA SER, ALGA ENREDADA...
Alga quisiera ser, alga enredada,
en lo más suave de tu pantorrilla.
Soplo de brisa contra tu mejilla.
Arena leve bajo tu pisada.
Agua quisiera ser, agua salada
cuando corres desnuda hacia la orilla.
Sol recortando en sombra tu sencilla
silueta virgen de recién bañada.
Todo quisiera ser, indefinido,
en torno a ti: paisaje, luz, ambiente,
gaviota, cielo, nave, vela, viento…
Caracola que acercas a tu oído,
para poder reunir, tímidamente,
con el rumor del mar, mi sentimiento.
Cruzas por el crepúsculo.
El aire tienes que separarlo
casi con las manos de tan denso,
de tan impenetrable.
Andas. No dejan huellas tus pies.
Cientos de árboles contienen
el aliento sobre tu cabeza.
Un pájaro no sabe que estás allí,
y lanza su silbido largo
al otro lado del paisaje.
El mundo cambia de color:
es como el eco del mundo.
Eco distante que tú estremeces,
traspasando las últimas
fronteras de la tarde.
La tarde muere envuelta en su tristeza.
Paisaje tierno para soñadoras
miradas de mujer, exploradoras
de su melancolía en la belleza.
Danae apoya en sus manos la cabeza.
El ambiente que el sol último dora
es una leve, dulce y turbador
acaricia que la oprime con pereza.
Un pajarillo gris, desde una vana
rama, canta a la tarde lenta y rosa.
Oro de sol entra por la ventana
y Danae, indiferente y ojerosa,
siente el alma transida de desgana
y se deja, pensando en otra cosa.
Atrás quedaron los escombros:
humeantes pedazos de tu casa,
veranos incendiados,
sangre seca
sobre la que se ceba
-último buitre-
el viento.
Tú emprendes viaje
hacia adelante, hacia
el tiempo bien llamado porvenir.
Porque ninguna tierra
posees, porque ninguna patria
es ni será jamás la tuya,
porque en ningún país
puede arraigar
tu corazón deshabitado.
Nunca -y es tan sencillo-
podrás abrir una cancela
y decir, nada más:
«buen día,madre».
Aunque efectivamente
el día sea bueno,
haya trigo en las eras
y los árboles
extiendan hacia ti
sus fatigadas
ramas, ofreciéndote
frutos o sombra
para que descanses.
Entonces,
en los atardeceres
de verano, el viento
traía desde el campo
hasta mi calle
un inestable olor a establo
y a hierba susurrante
como un río
que entraba con su canto
y con su aroma
en las riberas
pálidas del sueño.
Ecos remotos,
sones desprendidos
de aquel rumor,
hilos de una esperanza
poco a poco deshecha,
se apagan dulcemente
en la distancia:
ya ayer va susurrante
como un río
llevando lo soñado
aguas abajo,
hacia la blanca
orilla del olvido.
Esperanza, araña
negra del atardecer.
Tu paras no lejos
de mi cuerpo abandonado,
andas en torno a mí,
tejiendo, rápida,
inconsistentes hilos
invisibles, te acercas,
obstinada,
y me acaricias casi
con tu sombra pesada
y leve a un tiempo.
Agazapada bajo las piedras
y las horas, esperaste,
paciente, la llegada
de esta tarde
en la que nada es ya posible...
Mi corazón:
tu nido.
Muerde en él, esperanza.
Todo lo consumado
en el amor no será nunca
gesta de gusanos.
Los despojos del mar
roen apenas los ojos que jamás
-porque te vieron-,
jamás se comerá
la tierra al fin del todo.
Yo he devorado tú
me has devorado en
un único incendio.
Abandona cuidados:
lo que ha ardido
ya nada tiene
que temer del tiempo.
Trabajé el aire se
lo entregué al viento:
voló, se deshizo,
se volvió silencio.
Por el ancho mar,
por los altos cielos,
trabajé la nada,
realicé el esfuerzo, perforé
la luz ahondé el misterio.
Para nada, ahora,
para nada, luego;
humo son mis obras,
cenizas mis hechos...
Y mi corazón que
se queda en ellos.
Largo es el arte;
la vida en cambio corta
como un cuchillo
Pero nada ya ahora
-ni siquiera la muerte,
por su parte
inmensa-
podrá evitarlo:
exento, libre,
como la niebla
que al romper el día
los hondos valles
del invierno exhalan,
creciente en un
espacio sin fronteras,
ese amor ya sin ti
me amará siempre.
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